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Combatir la soledad con mucho arte

El Museo de Arte Contemporáneo de A Coruña ha puesto en marcha el programa ‘Acompañarte’, pionero para rescatar a personas con trastornos mentales

Su equipo cuenta por primera vez los resultados

 
No hacía nada. Solo estar en casa. Y el psicólogo me recomendó que viniera aquí, para conocer gente nueva, para hacer actividades”. “Dos operaciones, de hernia discal y de cervicales, me aislaron del mundo… Me dio el bajón… Estuve mal un año, sin pedir ayuda. Sabía que la necesitaba, pero me resistía a pedirla, pensaba que yo sola podría salir”. Lourdes López es de A Coruña, tiene 53 años, está casada, sin hijos, y cuenta así su experiencia. La depresión la reconcentró en sí misma. Hasta que consiguió superarla entre esculturas de Francisco Leiro e instalaciones de Daniel Canogar. Arte puro.
El Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Fenosa (MAC) de A Coruña ha puesto en marcha una experiencia pionera en centros de este tipo para trabajar con personas a quienes la soledad les supone un lastre que les paraliza; su departamento de acción social echó a andar en septiembre de 2010 el programa Acompañarte, y ahora, tras dos años y medio y 175 usuarios, se han animado a contarlo. El equipo del museo –que abrió en 1995, pero en 2005 dio un giro completo para convertirse en lo que es hoy: un espacio racionalista de unos 8.000 metros cuadrados con una colección de más de 600 obras, y que en 2012 registró unos 41.000 visitantes– se muestra satisfecho de trabajar con gente a la que se le rompió algo en el alma, en las conexiones cerebrales o en la química orgánica, por componentes genéticos, por psicosis o neurosis, o simplemente por las circunstancias de la vida, tan determinantes como el ADN, de acompañarlos para ayudarles a salir del túnel. Con un argumento muy sencillo: cada jueves, a las cinco de la tarde, tienen una cita de dos horas en el museo, para encontrarse con gente y trabajar en actividades relacionadas, de cerca o de lejos, con el arte. Grupos de 12 a 15 personas durante todo el curso escolar. Y si no han estado jamás en un museo o en una exposición, si nunca se han planteado si les gusta el arte, no importa: es el primer paso para romper el círculo, para obligarse a arreglarse, salir de casa y acudir a un sitio público a encontrarse con otros, a hablar, para reaprender a relacionarse. Es el primer paso para romper la espiral de la… a veces tristeza, a veces algo parecido a eso tan indefinido que es la locura. El arte como herramienta de inclusión social.

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Una obra realizada por un participante del proyecto ‘Acompañarte’. / JUAN MILLÁS
“Pasado un año, me decidí”, sigue contando Lourdes. “Fui al psicólogo y le conté lo que me pasaba. Le conté que había perdido el interés por todo. Me había pasado la vida trabajando en casas. De sol a sol, y llegaba muerta a la mía. Y los fines de semana me tocaba trabajar en casa de mi suegro o de mi padre. Había sido una fregona toda mi vida. Había dado todo por los demás. Me lo comía todo, no era capaz de expresar mis sentimientos. Y cuando caí enferma, perdí todo. Amigos y familia me fallaron. Me vi sola, y eso dolió mucho. Caí muy abajo. Pero aquí, en el museo, he hecho amigos nuevos. Llevo dos años viniendo los jueves. Tener esa cita semanal se convirtió en mi única ilusión. Aquí me valoran y me han enseñado a valorarme. Ahora sé quién soy, y eso también me hace estar mejor con mi marido. Llevamos 22 años juntos y me dice que soy una Lourdes desconocida, distinta”. “En el museo la gente es distinta, nos ayudamos, quedamos los lunes a tomar café. Si vemos a alguien más bajo de ánimo, le llamamos por teléfono. Es una relación de igual a igual que yo nunca tuve. Con mis padres, la relación fue… inexistente. Mis hermanos también me han decepcionado. Se han desentendido de mí. Mi familia es mi marido y la gente del museo. Aquí he aprendido a rehacerme”.
María Lemos, psicóloga responsable de Acompañarte, y Jesús Rodríguez, psicólogo de la Seguridad Social en A Coruña que deriva pacientes a este programa, nos ayudan a entender qué es lo que hacen. Y María empieza acotándolo así con la precisión de su lenguaje de experta: “Acompañarte es un programa de apoyo social a través del arte para personas en situación de aislamiento. El concepto de salud incluye no solo la salud física y la mental, sino también la salud social. Porque entre las condiciones objetivas externas que influyen en la calidad de vida, y que contribuyen a mejorar el estado psicológico de las personas, destaca el tipo y la calidad de los contactos sociales”.

Es el primer paso para romper el círculo y acudir a un sitio a encontrarse con otros, a hablar, para reaprender a relacionarse
Y añade, ya más llana: “Es que hay gente que se pasa ocho y nueve horas al día sin hablar con nadie, gente que no recibe ni una llamada telefónica en una semana, y así un mes tras otro. El ser humano es un ser social. Les hacemos ver que no se puede vivir solos. Y cuando alguien falta un jueves y le llamamos por teléfono para interesarnos, para saber por qué no ha venido, es impresionante porque se quedan muy sorprendidos de que alguien les eche en falta, que se preocupe por ellos. Ese apoyo social percibido es crucial para que ganen en autoestima y, por tanto, para que desarrollen sus habilidades sociales. El curso, como ellos lo llaman, no solo les obliga a arreglarse y salir de casa, sino que les aporta material para su vida cotidiana, así ya tienen también algo que contar”. Sigue Jesús Rodríguez: “Usamos las obras de arte como excusa, como medio, para desarrollar habilidades sociales, y muchas piezas de arte contemporáneo son perfectas para trasladar la idea de que no todo es unívoco, de que no hay una sola realidad, y que todos podemos reinventarnos. Es un complemento de la intervención clínica; sentirte acompañado ayuda a sentirte mejor, tratamos de que se perciban formando parte de un grupo social, que a partir de una actividad sean capaces de crear un grupo de relación, y fuera queden para tomar un café o se llamen por teléfono. El museo es un espacio muy normalizador, mucho más que un centro social, un hospital, una consulta clínica. Es un espacio nada agresivo, sin ninguna connotación terapéutica. Un espacio agradable que no te juzga. Donde hay conferencias, conciertos, inauguraciones… Se trata de que el museo les sirva para engancharles de nuevo a la sociedad”. Es la chispa para que despierten y tiendan redes. María Lemos evalúa en torno al 50% el éxito entre los usuarios del programa.
El denominador común de toda esa gente que ha pasado por Acompañarte es que son personas desconectadas, desenganchadas, por depresiones cronificadas, por ansiedad, por diferentes tipos de fobia social o por afecciones mentales; gente con dificultades para estrechar vínculos sociales y que han llegado a un punto importante de bloqueo, personas a las que la soledad les resulta muy lesiva para su personalidad. Y quizá acercándose a temperamentos geniales y locos como el de Van Gogh, a los depresivos Rothko y Nicolás de Staël, a las adicciones de pintores como Pollock, a vidas desordenadas y nada convencionales como la de Francis Bacon, se entiendan mejor a sí mismos. De hecho, al visitar una pequeña muestra de los dibujos que realizaron los participantes de Acompañarte, llama la atención la capacidad plástica de algunos, destacando los trazos de quienes padecen algún tipo de afección mental. Impresiona especialmente un dibujo, una mezcla de gorila-hombre que recuerda a algunos lienzos de descarnada expresividad de Bacon.

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La psicóloga María Lemos apuesta por el contacto social para mejorar el estado psicológico. / JUAN MILLÁS
“Yo he estado 22 años trabajando en alta mar, en el Gran Sol [zona de pesca rica en merluza en el Atlántico Norte, al oeste de las islas Británicas, donde tradicionalmente han faenado los pesqueros gallegos]. Al principio, las mareas eran de 16 o 17 días fuera y 4 en casa. Luego pasaron a ser de dos meses fuera y cinco días en casa. No conocía otra cosa, todos los hombres en mi familia habían trabajado en el mar. Mi abuelo, mi padre, mis tíos. Desde los 15 años estaba en el Gran Sol. Y acabé hecho polvo. Me tuvieron que hacer una operación en la espalda, estuve un año sin poder levantarme. Y después, en vez de al Gran Sol, me fui a Noruega, al rape. Fue brutal: seis meses sin regresar a casa; en un barco de los años setenta que se caía a pedazos, y éramos solo dos en máquinas. El mantenimiento era continuo. Fallaba todo. Yo no conseguía dormir más de dos horas diarias. Ni siquiera tenías con quién compartir nada, pues casi todos los compañeros eran indonesios. Perdí 13 kilos. Acabé destrozado, física y emocionalmente”. Eduardo, de 44 años, es coruñés; dejó el mar hace dos años y medio; lleva casi otro tanto acudiendo a su cita de los jueves en el museo; vive con su madre y un hermano.
“¿Pero tú sabes lo que es abandonar ese olor tan fuerte de un viejo pesquero? ¿Tú sabes lo que es ver pajaritos y mujeres paseando por la calle?, ¿sabes lo que es ver árboles? Yo he estado seis meses seguidos sin ver un árbol. Ahora sé valorar todas estas cosas, y la amistad. Aquí hemos aprendido a abrirnos, a relacionarnos. A la gente que llega nueva se le nota mucho que está como bloqueada. ¿Pero cómo yo pude aguantar tanto?”.
Eduardo conversa en un agradable rincón del edificio claro y diáfano del MAC. La luz entra a grandes bocanadas por los ventanales de un lateral ajardinado del museo. Al fondo, una escultura de madera de Álvaro de la Vega, que define su obra como “presencias que hablan con el vacío”. Una metáfora perfecta de cómo se siente esta gente a menudo. Eduardo ha pasado del olor a salitre y la grasa de las máquinas, de un horizonte de solo cielo y mar, a las pinturas de Navarro Baldeweg y Juan Uslé y las fotografías de Paco Gómez que cuelgan de las paredes del MAC.

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Lourdes López, participante en el programa, junto a una escultura de madera de Álvaro de la Vega. / JUAN MILLÁS
Todo partió del firme propósito de la directora del museo desde 2005, Carmen Fernández Rivera, de trabajar con colectivos apartados de las dinámicas de una sociedad cada vez más exigente; pero también, y esto es lo más novedoso de su programa, que tendiera puentes hacia la soledad, lo que considera Fernández Rivera una enfermedad muy extendida, pero que pocos se han preocupado de hacer visible en una sociedad que se vanagloria de estar hipercomunicada.
“Tuve una vida un poco azarosa. Siempre fui positiva. De joven era buena estudiante, tenía buenos amigos y buenos compañeros. Pero con 17 años me llegó un parón; dijeron que era depresión. Hice Políticas y un máster en Comunicación, pero mi vida comenzó a ser una noria imparable, llena de subidas y bajadas, y esa inseguridad me llevó a desconectarme, a aislarme, a verme ausente e incomprendida. Trastornos esquizo-afectivos. Pero tardé muchos años en conseguir que me acertaran con el diagnóstico y el tratamiento. Me ha ayudado a seguir adelante mi carácter positivo, tener siempre el convencimiento de que todo puede mejorar y saber que el placer está en las pequeñas cosas, en un café, un rayo de sol, un abrazo. He aprendido a vivir así, con mis días mejores y peores, a convivir con esta enfermedad, como si fuera una diabetes, a no dejarme ir, a no aspirar a imposibles, y a no perder nunca el sentido positivo de la vida”. Azucena también es coruñesa, tiene 39 años; ella, que ha trabajado en una radio y sabe lo que son los medios de comunicación, recela de dar muchos detalles de su vida, pero acude a la cita tranquila y arreglada; se expresa bien, sabe decir perfectamente lo que siente y cómo se siente. “A los 27 sufrí una quiebra total; hasta los 28 no me acertaron con el diagnóstico y el tratamiento; a partir de ahí empecé a mejorar. Fue mi noveno psiquiatra el que acertó. Es un diagnóstico complejo. He podido realizar trabajos a media jornada, de periodismo y de secretariado. Y he vivido sola tres años, aprendí a convertir un espacio en mi hogar. Ahora he vuelto a vivir con mis padres, pero he podido negociar un espacio de privacidad, en mi casa”.

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Carmen Fernández Rivera es la directora del MAC Gas Natural Fenosa desde 2005. El proyecto ‘Acompañarte’ ha sido posible porque desde su llegada al cargo ha tenido como propósito trabajar con colectivos apartados de las dinámicas de una sociedad cada vez más exigente. / JUAN MILLÁS

“Desde muy joven, por esos altibajos que sufría, me acostumbré a estar sola, a ir sola a todos los sitios; estaba a gusto, pero también era consciente de que tanta soledad me iba a acabar pesando. El primer día que vine al museo no me gustó nada, me enfadé muchísimo, porque creí que me esperaba un curso de arte contemporáneo, a mí me gustan mucho Antonio López y la expresividad de Luis Seoane y Lucian Freud, las pinturas negras de Goya…, pero nos pidieron desarrollar nuestras habilidades plásticas, y yo me veía muy torpe. Me enfadé muchísimo y se lo dije a mi psicólogo: yo allí no vuelvo. Pero me llamó María y me pidió que les diera una segunda oportunidad. Y empecé a descubrir a personas excepcionales. Me di cuenta de que conseguía expresar algo que llevaba dentro. Aprendí a desconectar de mi realidad y estar acompañada de otros. Establecí una nueva rutina. Sabía que tenía una cita todos los jueves a las cinco de la tarde. No conté lo que me pasaba. Quería que conocieran a Azucena por encima de sus circunstancias”. “Ahora he encontrado cierta estabilidad, ya he dejado el museo y he conseguido unas prácticas en la Universidad. ¿Me siento menos sola? Sí, sobre todo porque estoy en paz conmigo misma. Mi objetivo siempre ha sido seguir implicada en la vida. En los momentos más bajos me refugié en el amor a mi madre. Ahora sé jugar con relativos, no con absolutos. Sé la importancia de ir a tomar un café, saludar a la chica que me atiende, preguntarle cómo se llama y desearle un buen día; llegar a casa y ser capaz de ironizar sobre los contratiempos; y relativizar los resultados que los demás vean en mí”.