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ROSA MARI SANZ / BARCELONA

La primera vez que él salió del centro tras acompañarla sintió un enorme vacío por tener que dejarla allí sufriendo, una gran impotencia que le hizo pensar en cómo podía ayudar a la mujer con la que lleva compartiendo la vida durante 16 de sus 45 años. Cuenta que al despedirse de ella le invadió la sensación de que no le había dicho en todo ese tiempo suficientes veces lo que la quiere. Quiso ponerle remedio. Susu, de 40 años, ingresó el pasado 21 de agosto en el servicio de salud mental del Centre Fòrum del Hospital del Mar, y ese mismo día Dele se puso manos a la obra para que su estancia fuera algo menos dura.

Si no se levanta la vista al pasear por la rambla de Prim, muy cerca del recinto del Fòrum (Sant Martí), pasan desapercibidos, pero la mayoría de pacientes y visitantes de la quinta planta de este equipamiento conocen los corazones de Susu. Son la señal de amor que Dele le ha ido pintando en un edificio contiguo a medio construir, y que se aprecian a la perfección desde la sala de fumadores del psiquiátrico donde Susu ha pasado muchas horas mirándolos durante cuatro largos meses.

«Son un dispendio de amor puro y duro. Siempre que descubría que había uno nuevo me hacía revivir», contó ella ayer junto a las puertas del centro, del que obtuvo el alta hace dos escasas semanas, y al que regresó para mostrar a este diario la visión que tanto la animó. No fue la misma, ya que la quinta planta está restringida a pacientes y visitantes, por lo que las fotos se tomaron desde una ventana de la sección de geriatría, dos pisos más abajo.

La muestra de la entrega de esta pareja, que pide identificarse con los apodos por los que empezaron a llamarse cuando se conocieron hace 18 años, comenzó con un enorme corazón rojo pintado en el suelo de la entrada del edificio abandonado. En el centro del dibujo, un mensaje: «Susu, tú vales mucho». «Le tengo muchísimo cariño porque es el primero que me hizo. Rojo pasión. Cuando lo vi me dio un subidón increíble», prosiguió ella.

Dele explica que se animó a hacer más grafitos al ver que conseguía su propósito, el de alegrarla ni que fuera unos momentos, y que cuando estaba con ella en la sala, ante el inmueble abandonado, maquinaba dónde podría ponerle otra señal para que la viera bien. Así lo fue haciendo durante semanas, y su obra fue ascendiendo por el edificio. Al rojo le siguieron corazones rosas, más tarde aparecieron los de color verde (algunos de los cuales da vértigo el solo pensar cómo los plasmó sin sujección alguna), entre los que sobresale el último que pintó, uno espectacular que cubre gran parte del techo de la penúltima planta del bloque, una pintura que se ve con claridad desde la rambla de Prim.

Grafitos nocturnos

El operativo artístico empezaba a medianoche para que Dele no fuera sorprendido por pacientes o trabajadores y el regalo perdiera fuerza, pero también porque para acceder a ese bloque fantasma, que nació como hotel y oficinas, se reinventó para pisos y sigue a la espera de tiempos mejores, se ha de saltar un muro. No siempre actuó solo. «A veces me ayudaban porque con los botes de pintura y la escalera era complicado», reconoció él sin delatar a sus cómplices. «He querido expresarle lo que siento, amor y amor. Porque el amor es algo que cura y es necesario para sobrevivir en momentos duros. Los hice siempre pensando en ella, pero son también para todos los pacientes», continuó.

Susu sabe que lo suyo no se cura solo con amor: «Eso es mucho más complicado. Cuando ves los corazones te da una alegría inmensa, pero es un momento, en el día a día la enfermedad está ahí y lo más importante es poner mucha voluntad». Una voluntad que está decidida a poner para luchar contra las crisis psicóticas de las que es víctima.

Dele dice que lo de los corazones no ha terminado. Ha dejado colgando en la finca el rodillo con el que pintaba. Una herramienta que quiere que utilicen los dos. Porque falta el que él ya ha bautizado como el big blue (el gran azul). «Cuando ella tenga fuerza para coger el rodillo haremos el gran corazón azul. Será el regalo de los dos para todas las personas que están internas en el centro». Estará en la última planta de un edificio que, confían los dos, mantendrá su señal de amor: «Nadie se va a molestar en borrar las pinturas de los techos. Pondrán pladur encima, pero las pinturas siempre estarán ahí». Como en el corazón de Susu.